Los orígenes de la civilización griega estarían en la isla de Creta, al sureste del Peloponeso, a partir del 2100 a. C. aproximadamente, donde se desarrolla la civilización Minoica, nombre tomado del legendario Rey Minos, que se asocia a la leyenda del Laberinto y el Minotauro. Los Aqueos, pueblo guerrero invade y somete por las armas a los cretences y luego extienden su dominio a la península del Peloponeso, pero lentamente se transculturizan y adoptan la cultura helénica, es el tiempo de los Reyes Guerreros, hechos hermosamente relatados por Homero, en la Ilíada y la Odisea, como por ejemplo: la guerra de Troya.
Luego otros pueblos invaden la península de los Balcanes, ocupando diversos territorios de Grecia y Asia Menor, siendo los principales los eolios, los jonios y los dorios.
Entre los siglos VIII y V a.C. la Península de los Balcanes se hace insuficiente para contener y alimentar a la creciente población helénica, por lo que comienza la migración y el poblamiento paulatino de todas las costas del mar mediterráneo. Debido a su gran preparación los griegos influyen enormemente en los pueblos vecinos quienes empiezan a transculturizarse utilizando elementos de la cultura griega.
Es así como las antiguas polis pasan a convertirse en Metrópolis (Ciudad Madre) de las nuevas polis, pero estas no tienen ningún tipo de dependencia a no ser de carácter afectivo o que realizan comercio mutuamente.
La región hoy día llamada Grecia no parece haber sido en la antigüedad habitada de un modo estable; por el contrario, eran en ella frecuentes las migraciones, y sus habitantes abandonaban sin dificultad el territorio bajo el impulso de inmigrantes cada vez más numerosos: no existía el comercio, no había seguridad ni en las comunicaciones terrestres ni marítimas; cada tribu trabajaba sus propios campos sólo para subsistir; no disponían de dinero ni cultivaban la tierra, porque nunca sabían si caería sobre ellos un invasor que, al estar sin la protección de unas murallas, se los arrebataría todo; la seguridad de que en cualquier otra gente podrían hallar el alimento necesario para cada día, unido a las demás circunstancias, fomentaba en ellos una constante emigración, y por este mismo hecho no se distinguían ni por la importancia de sus ciudades ni por cualquier otro signo de poder.
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